martes, 4 de noviembre de 2008

Los aspectos del nuevo orden mundial, globalización y alternativas .

El aspecto más relevante y, a la vez, más esclarecedor que puedo encontrar para la comprensión del nuevo orden global, como de la propia globalización son las consecuencias que este proceso esta produciendo, como indica su nombre, a nivel global. Aquí me centraré en las consecuencias económicas y sociales que, posiblemente, sean las que permitan observar el problema de la forma más real posible, y en la rebelión que se ha producido también a escala planetaria contra eso que llaman Globalización, obviando algunas otras como las ambientales no por ser menos importantes, sino más bien por haber pasado a formar parte del discurso típico y diario en lo referente al tema aquí tratado. También observaremos algunas de las alternativas propuestas que de ser aplicadas producirían una mejora sustancial de la situación social y económica del mundo, en este caso de los pobres y más indefensos.
La globalización es la interdependencia cada vez más estrecha de las economías de numerosos países. Atañe sobre todo al sector financiero por que la libre circulación de los flujos financieros es total y hace que ese sector domine la esfera de la economía. En ese nuevo panorama político-económico lo global prima sobre lo nacional y la empresa privada sobre el Estado. En una economía mundializada, ni el capital, ni el trabajo, ni las materias primas constituyen en sí el factor económico determinante. Lo que importa finalmente es la relación. Así se llega al divorcio entre el interés de la empresa y el de la colectividad, entre la lógica del mercado y la de la democracia. La globalización, en último término, significaría una ruptura económica, política y cultural inmensa. Alrededor del 40% del "comercio mundial" no es, realmente, comercio; consiste en operaciones internas de las corporaciones, gerenciadas de manera central por una mano altamente visible, con toda clase de mecanismos para socavar los mercados en beneficio de ganancia y poder. El sistema casi-mercantilista del capitalismo transnacional corporativo está lleno de las formas de conspiraciones de los dominantes, sobre las cuales advertía Adam Smith, para no hablar de la tradicional utilización y dependencia del poder estatal y del subsidio público. Un estudio de 1992 de la OECD concluye que la "competencia oligopolítica y la interacción estratégica entre empresas y gobiernos, antes que la mano invisible de las fuerzas del mercado, condicionan en la actualidad las ventajas competitivas y la división internacional del trabajo en las industrias de alta tecnología", tales como agricultura, farmacéuticos, servicios y otras áreas importantes de la economía, en general. La gran mayoría de la población mundial, que está sujeta a la disciplina del mercado e inundada con odas a sus milagros, no debe escuchar esas palabras; y pocas veces las oye.
La globalización de la producción es uno de los principales factores que han conducido a la actual crisis económica, que ha ofrecido a los empresarios el provocador prospecto de hacer retroceder las victorias en derechos humanos conquistadas por la gente trabajadora. La prensa empresarial francamente advierte a los mimados trabajadores occidentales" que tienen que abandonar sus "estilos de vida lujosos" y tales "rigideces del mercado" como seguridad del trabajo, pensiones, salud y seguridad laboral, y otras tonterías anacrónicas. Economistas enfatizan que el flujo laboral es difícil de estimar, pero ésta es una parte pequeña del problema. La amenaza es suficiente, para forzar a la gente a aceptar salarios más bajos, jornada, más largas, beneficios y seguridad reducidos y otras "inflexibilidades" de esta naturaleza. El fin de la Guerra Fría que retorna a la mayor parte de Europa del Este a su tradicional papel de servicio, pone nuevas armas en las manos de los dueños, como informa la prensa empresarial con irrestricto regocijo, General Motors y Volkswagen pueden desplazar la producción hacia un Tercer Mundo restaurado en el Este, donde pueden encontrar trabajadores a una fracción de los costos de los "mimados trabajadores occidentales", mientras se benefician con altas tarifas proteccionistas y demás amenidades que los "mercados libres realmente existentes" proveen para los ricos. Estados Unidos y Gran Bretaña conducen el proceso de pulverizar a los pobres y a la gente trabajadora, pero otros serán arrastrados, gracias a la integración global. En las regiones en donde se ha introducido, mediante la globalización, la agricultura industrial, se ha hecho imposible la supervivencia de los pequeños agricultores. A los campesinos de todas partes se les ha estado pagando por la misma mercancía una fracción de lo que recibían hace una década.

Alternativas

El neoliberalismo no es una condición humana natural, puede ser desafiado y remplazado porque sus propios fracasos lo requieren. Los negocios y el mercado tienen su lugar, pero este lugar no puede ocupar la esfera completa de la existencia humana. Una buena noticia es que hay mucho dinero chapoteando por allí y que una ridícula fracción infinitesimal de él sería suficiente para ofrecer una vida decente a cada persona del planeta. Para brindar educación y salud universales, limpiar el medio ambiente y prevenir una mayor destrucción del planeta se necesita una ínfima cantidad de 100.000 millones de dólares por año, según el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo).
Se multiplican las movilizaciones contra los nuevos poderes. Los ciudadanos están convencidos de que el propósito final es destruir lo colectivo y apropiarse de las esferas pública y social. Y se han decidido a oponerse a ello como pudo verse ya en 1999, en la cumbre de la OMC en Seattle. Existen decenas de organizaciones no gubernamentales, sindicatos y redes de múltiples países. Los ciudadanos reclaman, frente a los estragos de la globalización, una nueva generación de derechos, colectivos esta vez: derecho a la paz, a una naturaleza preservada, a la ciudad, a la información, a la infancia…
Cinco mil millones de personas viviendo en la penuria mientras mil millones de privilegiados viven en la opulencia. Ya es hora de admitir que otro mundo sí que es posible y refundar una nueva economía más solidaria, basada en el principio del desarrollo sostenible donde el ser humano sea el centro de las preocupaciones, comenzando por desarticular el poder financiero. James Tobin, desde los años 70, propuso que se creara un impuesto internacional uniforme del 0,5 % a las transacciones de divisas. Ese gravamen tendría un efecto extremadamente disuasivo para las especulaciones a corto plazo. El impuesto Tobin limitaría las fluctuaciones de los tipos de cambio, lo que permitiría a los gobiernos establecer tasas de interés algo más bajas que las internacionales, con repercusiones positivas sobre el crecimiento y el empleo. Según las Naciones Unidas, bastaría un 10% de esa suma para dispensar atención primaria a todos, vacunar a todos los niños, eliminar las formas graves de malnutrición y reducir las más benignas, y aprovisionar al mundo de agua potable. Con apenas el 3% de 200 mil millones se lograría reducir a la mitad el analfabetismo de los adultos, universalizar la enseñanza primaria y proporcionar a las mujeres de los países pobres un nivel de educación elevado. Igualmente conviene boicotear y eliminar los paraísos fiscales, zonas donde reina el secreto bancario y que sirven para disimular las malversaciones y otros delitos de la criminalidad financiera. Hay que establecer una renta básica incondicional para todos, que se otorgue a cualquier individuo desde que nace, independientemente de su condición familiar o profesional. Este principio, revolucionario, establece el derecho que se tiene a esa renta; se basa en la idea de que la capacidad productiva de una sociedad es el resultado de todo el conocimiento científico y técnico acumulado por las generaciones precedentes. Así mismo, los frutos de ese patrimonio común deben beneficiar a todos los individuos en forma de renta básica sin condiciones que podría ser extensivo a toda la humanidad, puesto que el producto mundial repartido bastaría par garantizar una existencia confortable a todos los habitantes del planeta.
La economía global de libre mercado ha llegado a ser una amenaza para la sostenibilidad; y la misma supervivencia de los pobres y de las demás especies está en juego. La sustentabilidad, la donación y la supervivencia han sido puestas fuera de la ley económica en nombre de la competitividad y de la eficiencia del mercado. El mundo puede ser alimentado sólo alimentando a todos los seres que hacen el mundo. Al proporcionar alimentos a otros seres y especies, mantenemos las condiciones para nuestra propia seguridad alimenticia. Al alimentar a las lombrices de la tierra nos estamos alimentando a nosotros. Al alimentar a las vacas, alimentamos al suelo, y al alimentar al suelo, proveemos de alimentos a los humanos. Esta visión del mundo en abundancia se basa en compartir y en una profunda percepción de los humanos como miembros de la familia terrestre. Esta percepción es la base de la sostenibilidad. Podremos vivir como especies sólo si vivimos bajo las normas de la biosfera. La biosfera tiene suficiente para las necesidades de todos, si la economía global respeta los límites de la sostenibilidad y de l justicia. Como dijo Gandhi: “la tierra tiene suficiente para las necesidades de todos, pero no para la avaricia de algunos”.
En las democracias actuales, cada vez más ciudadanos libres sienten que resbalan en una especie de doctrina viscosa que envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo paraliza y acaba por asfixiarlo. Esa doctrina, ese pensamiento único es la ideología neoliberal, la única autorizada por una invisible omnipresente policía del pensamiento.
En conclusión, en este nuevo orden mundial, nos olvidamos del papel del Estado, que gustoso ha cedido a las grandes corporaciones y al capital privado los poderes que les habían sido otorgados por las elecciones democráticas para una administración y gestión mucho más “eficiente”, siempre, no nos olvidemos, desde el punto de vista económico, ese mismo punto de vista que deja a un lado la equidad, y por ende, la propia razón. Los que gobiernan, pues, ya no son los gobernantes al uso, sino los directivos, los presidentes y los grandes especuladores, que desde sus grandes despachos roban, engañan, mienten, matan y finalmente se reparten el botín.
Es fácil de entender el estado de desesperación, ansiedad, falta de esperanza, enojo y temor que prevalece en el mundo, fuera de los sectores opulentos y privilegiados y del "sacerdocio comprado" que cantan alabanzas a nuestra magnificencia, una característica notable de nuestra "cultura contemporánea".

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